hombre-peonza

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Las peonzas están ardiendo.

Los niños en las calles
vuelven a jugar con las peonzas. 

Han vuelto a enseñar a los niños a hacer del giro un juego. 
A anudar la cuerda floja con que ahorcar,
lanzar lejos, 
tirar fuerte
y respirar. 
Girar tan fuerte que se rompa el aire.

Han inculcado de nuevo a los niños el hacer de la horca un cable de funambulista, 
a rayas rojas,
con que separar el asfalto insomne entre sonámbulos
y equilibristas. 

Las calles están girando
horadando el suelo gris. 
Mi punta de acero, mi piel de madera, mis pies ya no de plomo: 
giran y están ardiendo. 

La ciudad juega con las peonzas que no saben girar sin cuerda: 
caen sin red y se estrellan contra el bordillo. 
De nuevo los niños están ardiendo.

Mi peonza está quemando.
Se ha lanzado en el impulso de éste niño con dedos de marciano, 
con la fuerza que recuerdan el tacto de un anillo. 
Las puertas ha astillado, reventando sus narices, estallando huesos y cartílago. 
Mi madera intacta
y un sólo hueco de tres, abierto. 

Las puertas,
las astillas, 
la cuerda y el impulso, 
las puertas del pasado y del futuro,
las narices reventadas, 
la madera, 
el hueso y el cartílago:
Están ardiendo. 

En las calles incendiadas los niños vuelven a jugar con las peonzas. 
Y yo. 
Yo no vuelvo a por todas. 
Yo vuelvo a por ti.

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