hombre-peonza

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Semillas en la Tierra.



Y cada uno en su camino va cantando espantando sus penas.
Y cada cual en su destino va llenando de soles sus venas.
- Carlos Chaouen

Me temo que no les tengo miedo.
Son la oscuridad y no la temo.
Conocí la oscuridad antes que a mí,
nueve meses casi exactos antes de salir.

Ya estamos fuera, somos el milagro de la vida.
Hace meses que existimos
y enseguida nos obligan a insistir.

Tras un intenso viaje hemos llegado.
Éste será tu habitat,

envenénalo,
nos pertenece por especie.
Y aún no has escuchado ni la palabra frontera.

Tras un duro alunizaje, si no has llorado,
cachetazo en el trasero:

que no se te olvide el planeta al que vienes.

Quizás eso quisieron decir en la Biblia:
Estamos hechos de barro,
con nuestras primeras lágrimas y la Tierra que pisamos.

Las lágrimas nos vienen impuestas.
La alegría es la semilla
que nos labramos en la Tierra.


Las peonzas están ardiendo.

Los niños en las calles
vuelven a jugar con las peonzas. 

Han vuelto a enseñar a los niños a hacer del giro un juego. 
A anudar la cuerda floja con que ahorcar,
lanzar lejos, 
tirar fuerte
y respirar. 
Girar tan fuerte que se rompa el aire.

Han inculcado de nuevo a los niños el hacer de la horca un cable de funambulista, 
a rayas rojas,
con que separar el asfalto insomne entre sonámbulos
y equilibristas. 

Las calles están girando
horadando el suelo gris. 
Mi punta de acero, mi piel de madera, mis pies ya no de plomo: 
giran y están ardiendo. 

La ciudad juega con las peonzas que no saben girar sin cuerda: 
caen sin red y se estrellan contra el bordillo. 
De nuevo los niños están ardiendo.

Mi peonza está quemando.
Se ha lanzado en el impulso de éste niño con dedos de marciano, 
con la fuerza que recuerdan el tacto de un anillo. 
Las puertas ha astillado, reventando sus narices, estallando huesos y cartílago. 
Mi madera intacta
y un sólo hueco de tres, abierto. 

Las puertas,
las astillas, 
la cuerda y el impulso, 
las puertas del pasado y del futuro,
las narices reventadas, 
la madera, 
el hueso y el cartílago:
Están ardiendo. 

En las calles incendiadas los niños vuelven a jugar con las peonzas. 
Y yo. 
Yo no vuelvo a por todas. 
Yo vuelvo a por ti.

Las Lunas de Madriz.

Alteras el ritmo regular
de las noches que no dan más
de sí.
Entre dos tierras:
Asturiana y Gata Jazz.
Tú sí que sabes sincopar,
cuando maúllas a la luna de Madriz.

Yo soy nocturno Gato Jazz,
canalla gato de arrabal.
Es tu olor lo que me arruina, 
el sabor de las espinas,
tener el mar lejos de aquí.

Competencia desleal entre tus lunas
y las que había en el limbo contigo.
Una verde, la otra llena,
reflejando el suelo gris.
Y así apenas se les ve el ombligo
a las lunas llenas de Madriz.



Pantalones de serpiente,
septiembre es volver a empezar.
Rimaban con mi vida emponzoñada,
un pasado del que huir
en el bus con los frenos
más bruscos de Madriz.



Las Ramblas en Febrero,
dos hostales destartalados.
Una ruidosa y vetusta casera
y un desaparecido cementerio
de los libros olvidados.

Aquél portón que nunca abrimos,
un pintor obseso
con el sexo y con Dalí
sólo queda la ceniza
de lo que ardimos cuando huimos
de la luna de Madriz.



Cada noche me condeno a los caminos
a los recuerdos empedrados
que una vez recorrimos.

Tu pecho es la única salida:
la plata que atraviesa mi pelaje
en un viaje sólo de ida,
de vuelta a la calle Maíz.
Y mate al lobo que me descuartiza
cuando aúllo a la luna de Madriz.



Nunca juré contar nuestra historia
por no poderla abarcar.
Esquinas con más de 7 vidas,
un libro de tapa dura,
que no tuve huevos de acabar.

Eres el oxígeno del que habla Fito,
la Rubia que se llevó 
el Cadillac de Loquillo.
Yo siempre fuí y seré un chiquillo
que una vez creció por tí.
Y ahora menguan una a una,
las vidas que le quedan
a la luna de Madriz.

Poesía no eres tú.

Siento la vergüenza
ajena del rebaño,
una rabia confesable
ajena, inescribible
inflamarse en mi cabeza
con el paso de los años.

No soporto mayorías
ni en lo que basan sus vidas
y mucho menos me conformo
con lo que versa mi rutina
sólo pienso en tus versos
furtivos en cada esquina.

¿La reina de las medicinas?
No. Tu ritmo es mi placebo.

Acabaré valiendo lo que un cero
a la izquierda o la derecha
en coma flotante por los andenes del Metro
si no despierto y me someto,
si solo existo
y solo, dentro de un soneto.

Te conocí en un recital.
Yo venía del sencillo desenfreno instrumental,
de mi zona de confort,
de lo que llaman Rocanrol.

Ésta noche estás de infarto
con ese vestidito de lo abstracto
y a tu paso asincopado
todo rima con tus botas,
el asfalto se echa a un lado
y con el reloj se va de copas.

Tu nombre es una trampa.
Dicen
que si te recitan
tres veces
delante de unos ojos,
rompes en añicos
todos
los espejos del alma.

-¿Cuál es mi nombre? -me preguntas,
mientras disparas tus pupilas
hacia mi pájaro azul.

Pero si le apuntas alza el vuelo.
Poesía no eres tú.

Caídas a distinto nivel.

Caídas alevin, caídas amateur. 
Caídas fuera de juego, 
aun con defensa rezagada
escapando al pelotón. 

Y la roja te la llevas
y el Mayo amarillo. 

Caídas preescolar con babi verdiazul. 
Retiraron del mercado los rosas sin espinas. 
Y que poden, si aún queda, 
toda belleza sin daño. 

Caídas secundarias obligatorias. 
Caídas bachiller, alfiler
y el final, afilado. 

Caídas grado Celsius, 
a 451° Farenheit el Mercurio, 
Venus en vilo
Tierra en los ojos 
y tú 
que vienes de Marte 
y no de amarte. 

Caídas postgrado. 
Caídas con diagnóstico Titulitis de Postín, 
especialidad crónica
y de pronóstico terminal. 

Caídas de nivel
caídas desnivel
Caídas premio de consolación. 
Premios al fin y al cabo. 


Sin arnés

Voy armado, solo,
y con sólo mi piolet.

Excavarme rojo de rabia,
verde de rama
por alcanzar tus brotes
y beber tu savia.

Ya sin uñas escalarte
en acampada permanente
sin tienda.
Y ni entiendas
que sintiendo punzadas
por falta de oxígeno
respiro bocanadas
de combustión exponentánea.

Sea yo quien te escale
o sean tus soles quien me escalden.

Seca el mar,
que sea tu Meca.
Que si encuentro más montañas
tu sol-risa sea la meta.

¿Quién ascenderá tus montañas?
Pedirte más llama.
Más y más llama.
Que de mí
no dejes nada.

Cambio de hora.

Hoy, a las dos, no son las tres.
Sigo siendo uno.

En mi azotea somos más,
más de cien,
pero no hay cambio de hora.
Las luces no se encienden,
aún sirven la penúltima,
el cierre queda abierto,
algunos fuman,
somos humo,
me atrapan dentro.

Ahora, al cambio, no hay número,
huso horario
ni divisa equivalente
que equilibre éste muestrario
de trofeos de alevín:
amalgama con mis sueños,
insomnes,
por salir de su crisol.
-"Mi libertad se esconde en la música.
La música está
detrás de un cristal".-
Y no alcanzo el cristasol.

Y aún sin divisar
el cese de las voces,
con las del resto equidistantes,
sólo queda ser valiente.

Hoy
a las dos
no son las tres.
Sólo cambios,
a voces
y a deshora.


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El sol de primavera,
la yerba del chivato,
el frío de la cerveza,
la afonía en un concierto,
una noche hasta las cejas,
un orgasmo simultáneo.

Las lágrimas tras la risa,
el abrazo de un amigo,
una república,
un festival el tercer día,
cualquier fin de semana.


Cualquier contacto con Ella,
el empleo de tu viejo,
el optimismo de una madre,
la cercanía de un hermano.

Los sueños de la infancia,
la vida en la madera
en un banco de tu pueblo,
viaje astral con tus juguetes
y no mirar la hora,
el tracklist subido al escenario.

Todo termina sistemáticamente.
Excepto el exceso de realidad
y la configuración desactualizada
del sistema.

Y tú: En standby. En cuarentena.

Ciclogénesis explosiva.

Génesis:
1. f. Origen, principio.

Ciclo:
1. m. Periodo de tiempo que se considera acabado.
2. Serie de fases por las que pasa un fenómeno periódico 
hasta que se reproduce una fase anterior.


Un origen volátil con forma circular
que siempre vuelve al punto de partida.
Un origen que parte 
del punto de llegada.

Entonces explota
y desmiembra el génesis,
la genética,
la gente y su falta de gentileza.

Las ganas de ganarle a latidos
el pulso y fintar
las garras
a zarpazos 
que nunca zarpan.

Que siempre vuelven
en círculos
y te alcanzan.

El pájaro azul.

Amenaza con hacerme volar,
estallar
por el aire.
Camuflarse en el cian 
que secuestra mi mirada
donde no la mire nadie.

Es gallo cantor al alba
al clavarme su espolón
en el fondo de mi garganta.

En las apuestas bravo dominante
a caballo de mi deber y mi agonía,
mis horas de menos, sueños de más
y el eterno combate
entre exprimir el día
o desayunarme toda una vida.
No se le vayan las vitaminas.

Bella ave migratoria en vórtice
deshojado de plumas,
desplumado de mojarse
hasta las cejas de compases
de versos sin escuela
y espuelas 
contra el calendario.

Golondrina africana agotada
de aguantar el infinito murmullo de mi coco
aun cuando Oniria engulle los estímulos
y a mis dos hemisferios la realidad les sabe a poco.

Hay un pájaro azul en mi corazón
que a veces quiere morir.

Tengo un pájaro azul en mi corazón
al que me muero 
por ayudar a salir.

Sí, ya lo verás.

Madrid y Oniria
nunca se han llevado bien.
La primera detesta la osadía
de nosotros los funambulistas 
que nos queremos mantener en pie.

Se acabó dudar entre los cables
pues éste equilibrista 
está hasta las pelotas
de tus juegos malabares.

Madrid, Oniria existirá.
La vida es sueño
y los sueños
se opondrán.
Si, ya lo verás.

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