la cabeza en hacerte poema
y los huevos en el intento
de echarle un par al sino,
negro oscuro casi blanco,
y arriesgarlo todo
al rojo radiante de tus labios
e incandescente en mis mejillas.
Recostarme y apostar
mis naipes sobre el verde
con que algunos visten la esperanza.
Se rompen mis horarios,
me resquebrajan los sueños
y mi sueldo nada sirve.
Sólo yo puedo soldarlos.
Y ya no parto su cama de madrugada.
Ni la mía. Ni de día.
Ni el sofá,
ni la mesa de la cocina.
Ni las caderas en el suelo.
Ni del baño la cortina.
No agotamos ya las fuerzas
y sólo quiero conservar las mías.
Ya no hacemos de los dedos
las más suaves astillas.
Ya no rompo nuestros huesos
porque aunque de éstos
tenemos más de doscientos
yo elegí romperle el corazón.
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